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"Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo"

Data: 

00/00/2006

Fonte: 

Periódico Granma
El miércoles 21 de noviembre, se conocen otras dos deserciones en el rancho de Abasolo. La noche anterior Francisco Damas y Reinaldo Hevia se fugan del lugar, llevándose una pistola, al parecer despechados por la reprimenda de Fidel del día anterior. Ambos jóvenes se encaminan al pueblito de Jiménez Santander, donde toman el auto que allí se guarda y cruzan la frontera hacia los Estados Unidos.

Fidel acompañado por Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición.Faustino Pérez, que advierte su ausencia al pase de lista por la mañana temprano, toma un camioncito destartalado y sale detrás de estos, acompañado de José Smith Comas y varios más armados. Pero, cuando llegan a Jiménez Santander, descubren que los desertores se han llevado el auto que guardan allí, pues tenían la llave del vehículo que ellos mismos trajeron de los Estados Unidos. Poco después, desde Ciudad Victoria, Faustino se comunica por teléfono con Fidel Castro para informarle lo ocurrido. Así conoce la decisión del jefe revolucionario de partir cuanto antes, debido a los últimos acontecimientos ocurridos en la capital mexicana, y le orienta dirigirse hacia el punto acordado según la ruta prevista.

Mientras todo esto sucede, en el rancho los combatientes se concentran en la orilla del río. Ya por entonces está prácticamente concluido el entrenamiento, no tienen municiones y solo hacen caminatas. Deciden entonces colocar una posta de avanzada como a un kilómetro, por el único camino de entrada al campamento, con instrucciones de hacer un disparo si alguien se acerca. Tan pronto Faustino Pérez regresa al rancho, se preparan las condiciones para abandonar el lugar y trasladar los combatientes hacia Ciudad Victoria.

Al anochecer, los treinta y dos combatientes del campamento de Abasolo reciben la orden de partir. En el natural ajetreo de bultos y ropas, se reparte el poco alimento que queda en la despensa: chocolate, latería y algunas galletas. Las armas las guardan en sacos y paquetes, y casi de noche salen en el camión.

Los combatientes que aquella noche partieron del rancho de Abasolo son: Faustino Pérez Hernández, José Smith Comas, Pedro Sotto Alba, Camilo Cienfuegos Gorriarán, Eduardo Reyes Canto, Humberto Lamothe Coronado, Raúl Suárez Martínez, Tomás David Royo Valdés, Luis Arcos Bergnes, Noelio Capote Figueroa, Andrés Luján Vázquez, José Ramón Martínez Álvarez, René Orestes Reiné García, René Bedia Morales, Máximo Francisco Chicola Casanova, Pablo Díaz González, Gilberto García Alonso, Manuel Echevarría Martínez, Emilio Albentosa Chacón, Rafael Chao Santana, Ernesto Fernández Rodríguez, Gabriel Gil Alfonso, Francisco González Hernández, Esteban Sotolongo Pérez, Efigenio Ameijeiras Delgado, José Ramón Ponce Díaz, Mario Fuentes Alfonso, José Fuentes Alfonso, Armando Rodríguez Moya, Raúl Díaz Torres, Jesús Gómez Calzadilla y Mario Chanes de Armas.

Hotel Sierra Gorda, en Ciudad Victoria, Estado de Tamaulipas, México.En Jiménez Santander se dividen en pequeños grupos de seis o siete combatientes para dirigirse hacia Ciudad Victoria, donde se hospedan en distintos hoteles de la ciudad, entre ellos Los Monteros, El Peñón, Sierra Gorda y San Antonio. Todos duermen otra vez en camas, pues algunos llevan más de veinte días durmiendo en el suelo.

A cumplir un deber sagrado

De noche, Fidel Castro acude al apartamento de la calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa, ocupado por Melba Hernández, Jesús Montané, Rolando Moya y Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo. Con Fidel llegan al lugar Cándido González y José Morán. Mientras uno queda guardando el automóvil, el otro vigila la céntrica esquina, apenas a dos cuadras de la embajada cubana. Fidel entra como una tromba al apartamento, con una gruesa bufanda alrededor del cuello. Viste un traje oscuro y lleva puesto un abrigo azul marino. Está pálido a consecuencia de la fuerte gripe que padece desde hace varios días, lo que no mengua en nada su energía y entusiasmo. Con grandes pasos, atraviesa la pequeña sala-comedor y el pasillo que conduce a la última habitación y penetra en ella, seguido de Melba y Montané, pues quiere comunicarles algo de suma importancia.

Cuando entran en la habitación que ocupan Moya y Pichirilo, vacía en ausencia de ambos, Fidel cierra tras ellos la puerta y comienza a hablarles. Despacio y en voz baja, manifiesta que, según le han comunicado, deben abandonar México en 72 horas. Se trata, en efecto, del informe que recibiera horas antes de Gutiérrez Barrios, donde le comunica que la policía le sigue los pasos y que la operación comenzó con la ocupación de las armas en la casa de Sierra Nevada, lo cual no cabía duda es obra de un traidor pagado por Batista. Fidel pide la opinión de sus compañeros sobre lo que deben hacer y recalca que si hay que irse, debe ser en 48 horas y no en 72, pues será demasiado tarde. No hay duda en su decisión, aún cuando todos los detalles de la expedición no están concluidos. Pero el riesgo que se corre permaneciendo más tiempo en México es peor y las consecuencias podrían ser fatales.

Fidel camina de un lado a otro de la habitación, mientras habla. Melba y Montané lo escuchan. Después de relatarles el informe del oficial de la Federal de Seguridad, Fidel pregunta a Melba su parecer y esta le responde que no deben perder un minuto, hay que comenzar a desalojar las casas campamento y pide a Fidel las instrucciones pertinentes.

Pero antes, Fidel conversa un rato más en torno a la ocupación de la casas de Sierra Nevada, que por eliminación, se destaca que el traidor puede ser Rafael del Pino, quien desertó y huyó a los Estados Unidos. Con extremado optimismo, Fidel les habla sobre los planes de alzamiento en Cuba a su arribo y reitera una vez más su confianza en el pueblo, pues está seguro de que a su llegada se irán incorporando a las fuerzas expedicionarias. Una y otra vez, Fidel repite: "Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo".

Motel El Peñón, en Ciudad Victoria, Estado de Tamaulipas, Mèxico.Finalmente dicta las últimas instrucciones a Melba, quien debe quedar en México al partir la expedición. Durante semanas, Fidel fue convenciéndola de que no debía acompañarlos como era su propósito, pues el barco no tiene condiciones para llevar una mujer, presiente lo duro de la travesía y los peligros que acechan. Melba recuerda que una de las instrucciones de Fidel fue que debía tener listo a Pichirilo, de manera que saliera con una hora de diferencia de Moya hacia el punto de partida. Otra fue que desalojara el apartamento de la calle Ingenieros, que cuidaba el italiano Gino Doné y donde se guardaban uniformes, frazadas, botas y otros equipos de la expedición.

Luego de indicar cada detalle, Fidel se sienta a comer. Desde hace varios días apenas prueba bocado. En los últimos meses duerme muy poco. Esa noche no se ha quitado el abrigo ni un instante, está abrasado en fiebre y tiene los bronquios inflamados. En esas condiciones ha ido y venido de un lado a otro, lloviendo y bajo un frío atroz. La visita de Fidel en el apartamento de la calle Pachuca es interrumpida por un aviso de Cándido González, quien observara en la esquina un movimiento sospechoso de individuos que parecen de la Federal de Seguridad. Evidentemente, a medida que transcurren las horas, la persecución policíaca se hace más intensa.

Luego, Fidel sale precipitadamente del apartamento de Pachuca para dirigirse al Pedregal de San Ángel e impartir nuevas orientaciones. Apenas tiene tiempo allí para reunirse con sus hermanas Lidia, Emma y Agustina, y comunicarles la inminente partida.

El continuo trasiego de armas y equipos en la capital mexicana requiere del reacomodo de algunas casas que sirvan temporalmente de refugio. Días antes, Cándido González acudió al apartamento de la calle Coahuila 129-C, colonia Roma, en busca de Carlos Bermúdez, para conducirlo a otro apartamento donde se guardaba un importante lote de armas. Y allí durmió Bermúdez dos noches solo y con la única orientación de no contestar el teléfono.

La noche de aquel miércoles 21, Bermúdez recibe la visita de Cándido, que viene en un auto Pontiac del 56 color crema y le indica que abra el garaje para guardar el auto. Le orienta que lo acompañe y abren unos closets donde hay tres maletas de piel bien pesadas, que guardan en el auto y salen. Cándido deja el garaje abierto, Bermúdez se lo advierte, pero él le responde que no se preocupe. Parquea el auto en la calle y se baja. Bermúdez ve por el espejo retrovisor que entran otro carro del mismo tipo en el garaje y cierran la puerta. Cándido regresa entonces con el Gallego José Morán y parten los tres en el auto.

Hotel Los Monteros, en Ciudad Victoria, Estado de Tamaulipas, México.Poco después, Cándido se queda como a dos o tres cuadras cerca de allí y Bermúdez sigue con Morán hasta el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, donde lo aguarda Fidel. Pero cuando llegan, ya Cándido está también esperándolos. Bermúdez recuerda que, en lo que se bañó y cambió de ropa, hubo otro cambio de maletas en el auto. Aquella noche durmió en una cabañita con el Gallego Morán, mientras en otra dormían Fidel y Cándido.

Aquella noche, el mexicano Antonio del Conde acude una vez más al motel Mi Ranchito, para llevar a Fidel Castro los últimos informes acerca de la reparación y acondicionamiento del yate Granma. Según recuerda el Cuate, Fidel se aloja en la cabaña 13, la más alejada, junto con su hermano Raúl y Juan Manuel Márquez. Semanas atrás, los agentes de la dictadura ofrecían 10 000 dólares por conocer la verdadera identidad del colaborador mexicano que suministra las armas a los revolucionarios cubanos en México. Pero después suben la recompensa a 20 000 dólares, lo cual preocupa a todos.

En aquel último encuentro, Fidel Castro informa a Antonio del Conde su decisión de partir cuanto antes y discute con este el plan de traslado de los distintos grupos hacia el punto de concentración. Por último, le comunica su decisión de que no participe en la expedición, sino que permanezca en tierra cumpliendo algunas importantes tareas, entre otras tratar de seguir el itinerario del barco desde tierra, al menos hasta que salga al Golfo. De regreso al puerto de Tuxpan, Antonio del Conde comunica a su compañero Chuchú Reyes las últimas instrucciones de Fidel, advirtiéndole que será el encargado de conducir el barco por el río hasta la desembocadura.

Mientras tanto, en Cuba continúan las labores clandestinas con vistas a la expedición. En horas de la mañana de aquel miércoles 21, Inés Amor se dirige al aeropuerto de Rancho Boyeros, en La Habana, para tomar el avión que debe conducirla a México, siguiendo instrucciones del líder revolucionario. Entre otras cosas, lleva para Fidel la confirmación de que "un tal del Pino" da informaciones a la dictadura, según un colaborador infiltrado en los cuerpos represivos. Pero agentes del Buró de Investigaciones la interceptan y proceden a su detención. No obstante, después de 48 horas es liberada, no sin antes ser interrogada personalmente por el coronel Orlando Piedra, jefe de ese siniestro órgano represivo de la tiranía batistiana.

El jueves 22 de noviembre, los diarios mexicanos divulgan las primeras noticias sobre la ocupación de armas en las casas de Sierra Nevada en Lomas de Chapultepec, el pasado sábado 17, y la detención de los cubanos Pedro Miret, Enio Leyva y Teté Casuso. El periódico Excelsior publica una escueta nota, con el título: DECOMISAN ARMAS QUE IBAN A CUBA. Asegura la información que armas de todos los calibres, ametralladoras y parque destinado a un movimiento contra el presidente Fulgencio Batista fue descubierto por la policía en dicho lugar, luego de que agentes de la Procuraduría General de la República y de la Dirección Federal de Seguridad irrumpieron la noche del sábado último en las residencias de Sierra Nevada, deteniendo a tres exiliados cubanos cuyos nombres no fueron revelados, aunque se considera que tienen nexos con el ex presidente Carlos Prío Socarrás y Fidel Castro. La investigación del actual complot es guardada en absoluto secreto y los datos no son revelados oficialmente por dicha dependencia, en vista de que se supone que los detenidos forman parte de un numeroso grupo de conspiradores.

Añade la información que las autoridades tratan de saber también quiénes son los suministradores de armas a los conspiradores, así como a quiénes iban a ser enviadas. Agentes de la Procuraduría General de la República, dependencia que tiene a su cargo el caso, continúan investigando. Y concluye la información, con una significativa revelación:

La denuncia de un extranjero presentada ante una embajada, referente al sitio en donde se guardaban las armas, puso en movimiento a los investigadores. No se dio a conocer el nombre de la persona que reveló el dato ni la embajada que pidió la intervención de la policía. No se sabe que el extranjero delator exigió una suma de dinero para revelar el secreto.

Por su parte, el diario La Prensa divulga en grandes titulares: OTRA CONJURA CONTRA BATISTA DESDE MÉXICO. Según la información, agentes federales descubrieron dos grandes depósitos de armas y municiones, resultando detenidos tres cubanos, dos hombres y una mujer. Hasta el día anterior, por orden superior, todo seguía manteniéndose en secreto y oficialmente no se decía una palabra y se negaba todo, aunque fuentes de confianza revelaron algo. Asegura el rotativo que los detenidos se encuentran en la cárcel de Miguel Schultz, a disposición de la Procuraduría General de la República, y que son Teté Casuso, quien trabajaba en una revista capitalina, un tal Enio y otro apellidado Miret.

Venciendo el hermetismo policiaco, el diario tuvo acceso a algunos detalles que a continuación revela:

Parece ser que una delación puso a nuestras autoridades sobre la pista. En efecto, se nos hizo saber que cierto individuo, cuya identidad es un secreto, seguramente extranjero, se presentó en una embajada, no sabemos de cuál país, y reveló que conocía la existencia de los depósitos de armas destinadas a los agitadores antillanos. El delator no quiso decir más y exigió una suma de dinero para dar toda la información, con nombres y direcciones. Parece ser que no le retribuyeron nada y que, en cambio, denunció los hechos a nuestras autoridades.

Continúa informando que, como resultado de la acción de fuerzas mancomunadas de la Procuraduría General de la República y de la Dirección Federal de Seguridad, y tras una vigilancia de varias horas, irrumpieron en ambas casas y comprobaron la existencia de gran cantidad de armamento, gran parte de este al parecer de manufactura norteamericana. Y agrega el rotativo:

En una de esas casas fue capturada Teté Casuso. Al hacer el segundo cateo, cayeron el tal Enio y Miret. Estos habían entrado a nuestro país como turistas. Al parecer, ninguno de ellos ha querido revelar nada que comprometa a su causa y en un principio se negaron a declarar. De las Lomas de Chapultepec fueron trasladados a la cárcel migratoria y ahí seguían ayer.

Tal como asegura la información, los tres cubanos continúan detenidos en la estación migratoria de Miguel Schultz, en espera de ser consignados ante las autoridades federales. Ya por entonces, Miret y Leyva han sido trasladados de la pequeña celda donde permanecen aislados varios días y ahora comparten con los demás detenidos en los amplios salones de la prisión.

Precisamente ese jueves 22 de noviembre, comienzan a transcurrir los momentos más tensos de la estancia de los combatientes cubanos en México. En horas tempranas de la mañana y luego de dictar las últimas instrucciones para comenzar el traslado y concentración de los combatientes en el punto de partida, Fidel Castro parte en un auto del motel Mi Ranchito, en unión de Cándido González y Carlos Bermúdez, hacia la casa ubicada en Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan.

La casa, situada en la calle Recreo, entre Álvaro Obregón y Benito Juárez, destaca en el humilde poblado. Cuenta con un bungalow o casa principal, otra más pequeña y una gran nave, que hace las veces de garaje y almacén, rodeada por un terreno bastante grande sembrado de naranjos.

Después de bajar las maletas y guardarlas en un cuartico en el fondo donde hay un catre, Fidel orienta a Bermúdez que se quede allí, pues aquello tiene que cuidarlo. Entonces, de una de las maletas Fidel saca una Thompson y, luego de manipularla, le advierte al combatiente que no debe salir de allí. Bermúdez le pregunta si ya están a punto de salir, pero Fidel se echa a reír y no le contesta.